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Fue tan fácil matarte.

Me preparaba para tomar un largo baño de tina, cuando por debajo de la puerta deslizaron un sobre. Antes de acercarme a levantarlo, escuché unos pasos que se alejaban apresuradamente por el corredor. Dentro del sobre había una nota escrita a mano con letra de mujer, en un papel perfumado de color rosa tenue.

Señorita Diana:
Me causa mucho pesar ponerla al tanto de la situación por este medio, pero no soporto ver cuando una dama es burlada. Desde hace unos meses la están engañando. Su prometido no es lo que parece.
Debo confesar que un palpitar acelerado se apoderó de mi corazón. Durante un tiempo estuve inquieta, no sabia si seguir creyendo en tu mirada brillante, en tu linda sonrisa que siempre te imprimía ese aire de gentil bondad. Pero también sopesaba los años que habíamos pasado en buena convivencia, alimentando nuestra relación y haciendo planes para nuestro próximo matrimonio.
Me acordé entonces de la mejor amiga de mi madre, que al sospechar que su marido la engañaba con su secretaria, contrató un detective para seguirlos y confirmar su sospecha. Siempre me pareció que cuando una persona cae en un acto tan denigrante y desesperado, ya no queda en ella nada de amor propio o de dignidad. Tenía que haber otro modo de averiguar que aquello que decía la nota era falso o verdadero, sin que eso me condujera a un tipo bien pagado que te siguiera las veinticuatro horas.
Esa misma noche tu celular vibraba sobre el tocador. Yo miraba en la televisión el noticiario nocturno, y tú te tallabas la espalda bajo el chorro frenético de la regadera. Dios sabe que siempre he respetado el espacio y la intimidad ajenos, pero el impulso por saber de una buena vez la verdad, me orillo a cometer el atropello de mirar el mensaje de texto que acababa de llegarte. Era de una tal Miriam, agradeciéndote la deliciosa comida y el sexo salvaje de la tarde anterior.
En ese momento ya no me importaron ni mi amor propio ni mi dignidad.
A la mañana siguiente escribí una carta para ti y la guardé en un sobre, tuve cuidado de perfumarla; así como la nota apestosa que me avisara de tu engaño por debajo de la puerta, yo te envié la mía con un mensajero a tu oficina.
Querido Diego:
No te mortifiques intentando averiguar como, pero estoy al tanto de tus relaciones con Miriam. Pese a todo yo se que me amas y desearas que aclaremos todo esto. No te tengo rencor, necesito que hablemos. Te espero el viernes a las tres de la tarde en mi casa.
Tu Diana.
Mi plan comenzaba con hacerte sufrir toda la semana, te envié la nota el lunes y te citaba hasta el viernes; conociendo un poco tus reacciones supuse que no te apresurarías a llamarme, te comerías tus ansias hasta que pudiéramos charlar. La zozobra es el mejor aderezo para una venganza tibia. Para el viernes cuando llamaste a mi puerta en punto de las tres ya tenia todo terminado. Te abrí la puerta con la mejor de mis sonrisas, me puse el vestido azul que tanto te gusta, y que yo pienso que es demasiado trasparente. Te hice pasar a la sala y te ofrecí un refresco de limón. Estabas tan extrañado que no podías ocultarlo. Yo me puse a prepararte un sándwich. Esperé a que tú dieras pie a la charla sobre Miriam. “Ah, eso. No, no estoy molesta, no se trata sino de una pequeñez. Además yo se que no volverás a engañarme de ese modo. ¿Por que me quieres, cierto?” Me acerqué y te puse un dedo sobre la punta de la nariz, mientras pestañeaba de manera poco natural y aplastaba mis senos contra tu pecho, tú con cara de incredulidad y todo nervioso, me decías que me amabas, que nunca más se repetiría “aquello”. Jurabas que me amarías de aquí en adelante como ama un hombre.
Entonces te tome de la mano y te conduje suavemente hasta la puerta que da a mi pequeño jardín trasero. “Que bueno que aclaramos todo este lío tan desagradable. Como yo sabia que me amabas y harías lo posible por que nuestro amor funcione, quise echarte una manita. Alejando las terribles tentaciones de tu camino y asegurando que esto no se vuelva a repetir”. Con una mano tomaba la tuya, y con la otra recogía una esquina de la cortina de la puerta, para descubrirte la vista a mi jardín. Sobre la banca de piedra estaba sentado el cadáver de Miriam. Que desde entonces es el mejor adorno para ese pequeño paraíso. He dejado que se seque y lo he conservado sin poder dejar de depositar sobre él, cierto afecto.
Esta primavera cumpliremos veinte años de casados. Y estoy segura, de que me has sido fiel todo este tiempo.
31 Diciembre, 2010
Lilymeth Mena.
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In-prudecia.

Parlanchín seria la mejor palabra para describir a Facundo. Desde muy temprana edad su madre supo que su hijo seria distinto de los otros chicos. Nunca dejaba de hablar. La verdad es que era todo un personaje, contaba chistes, historias imposibles y cuentos extraordinarios. Lo cual le traía personas a su alrededor, que consideraban su “don” como un encanto.

La parte negativa del estado de Facundo (por que siempre la hay), es que tampoco sabía callarse ni el secreto más mínimo. Parecía tener mucho que decir, aunque sus comentarios a veces eran tan elocuentes como exagerados. Era hábil con las palabras y rápido como el pensamiento. Era chismoso e indiscreto, y cuando alguien le hacia algún comentario inoportuno, sabia como usar la lengua para defenderse. La esgrimía como la mejor de las espadas. Así pues Facundo se había ganado por sus encantos, tantos amigos como los que perdiera por los mismos.
Después de una larga farra de fin de semana el auto no encendió. Facundo venia caminando tranquilamente sobre la carretera hacia su casa, cuando así sin mas, escuchó crujir el suelo bajo sus pies. Se detuvo para prestar atención y escuchar de nuevo; el suelo parecía firme, así que siguió avanzando. Luego de tres pasos el suelo se abrió en una gran grieta y Facundo cayó dentro. Cuando se pudo poner de pie se dio cuenta que no había manera de salir sin ayuda. El pozo media unos tres metros de profundidad, sin recovecos para escalar o usar de apoyo. Al principio los gritos de urgencia del muchacho se escuchaban fuerte y claro, pero con el paso de las horas la noche se ennegrecía y era menos probable que alguien anduviera en el camino. Así que Facundo comenzó a hablar consigo mismo (algo que hacia muy frecuentemente) –Pero es que eres un bruto, si escuchaste tronar el camino ¿Por que seguiste de largo? Debías de aprender a ser más observador, mira que caer en un hoyo como este a media noche no le sucede a cualquiera.
En ese momento una pequeña cabecita se asomó al pozo. Una cabecita coronada por un par de graciosos cuernitos, similares a los de una vaquilla.
–Eh ¿hay alguien ahí? Si me escuchas, te pido por favor que me ayudes. Ya tengo aquí abajo como tres horas, Si fueras tan gentil…- De la oscuridad salía de nuevo una silueta que se asomaba para mirar al chico. Cuando Facundo pudo mirar bien el rostro de aquella sombra con cuernos le pareció la de un niño. Apenas unos doce, quizá trece años.
-Voy a ayudarte. Pero antes tenemos que charlar un poco -¿Charlar? ¿Y yo aquí metido? ¿No te parece loco? -Igual y si, pero si no charlamos antes, pues no te ayudo y me voy -No, anda, charlemos. Pero luego me ayudas a salir, eh. -Bueno, según veo eres algo desesperado. Se de ti bastante sin que me digas nada, solo quiero confirmar lo que veo – ¿Lo que ves? Ahora me vas a decir que eres adivino o alguna especie de gurú ¿Por eso traes puesto ese disfraz con cuernos? –Ah, que no es un disfraz, estos son mis cuernos, de a de veras, ya cuando salgas me los tocas si quieres para que veas que son muy míos.
-Ja y entonces, si son tus cuernos no me vas a salir con que eres un diablito – ¿Diablito? Me parece un nombre bastante infantil. Soy un demonio. Y pues mira, no quiero ser tosco pero hoy no tengo mucho tiempo para perderlo contigo. Te voy a decir como están las cosas. Tú caíste negligentemente a un pozo de tres metros a un costado de la carretera; ahí abajo no puede verte ni oírte nadie, y estando en el kilómetro 52 veo muy difícil que alguien de contigo y te saque del embrollo en el que tú solo te has metido. Así que te propongo un trato. Dadas tus agudas observaciones me has facilitado tu lectura, y veo que eres tal y como me imagine, así que este es el trato. Tú me prometes que no vas a decir palabra alguna durante los siguientes tres días con sus respectivas noches, y yo te saco inmediatamente de ahí – ¿Pero quien te has creído tú demonio de porra para venir a negociar con mi desventura? Acaso tu ayuda no es meramente desinteresada. Digamos que no logro estarme callado los tres días ¿Cual seria el precio entonces? –Mira que no eres tan tonto, tienes razón, todos hacemos todo esperando algo a cambio. Veamos…si tú pierdes, me quedo con tu voz. Has sido muy insensato y mal agradecido de los dones que te fueron dados al nacer.
Por primera vez, Facundo no dijo nada, solo pensaba. ¿Quedarse con mi voz? Pero si es lo único que tengo; no soy guapo ni talentoso, ha sido mi facilidad de palabra la que me ha llevado a donde estoy. A mi trabajo de abogado que disfruto tanto. Fuera de eso, no tengo nada. Este cabrón lo que quiere es joderme.
-Que se me hace que fuiste tú quien cavó este pozo para que yo cayera en él, y asi pudieras acorralarme en esta cochinada – ¿Pero tú te crees que los demonios no tenemos mejores cosas que hacer, que andar cavando pozos para ver que pendejo cae en ellos? No, Facundo, no te engañes. Este pozo ha tenido tu nombre desde hace mucho tiempo y tan solo lo habías venido esquivando. Pero mira, si no quieres el trato es bien fácil que me lo digas, yo te dejo aquí como si no te hubiera visto nunca, y asunto que terminó –Óyeme no seas barbaro ¿Como vas a dejarme aquí? Podrían pasar días antes que alguien me encuentre. Bueno, esta bien, acepto la apuesta. Me quedo callado tres días y tú me sacas de aquí.
No terminando de pronunciar estas palabras Facundo se miró sobre la hierba verde, el pozo había desaparecido y una vocecita a lo lejos cantaba –No olvides tu promesa.
Dando traspiés por lo que acababa de sucederle y que no terminaba de creer, Facundo llegaba al portón de su casa. De modo torpe introdujo la llave y entró a la antesala. Ahí había una sombra esperándolo. Ni bien se sentaba para sacarse los zapatos, se dirigiò a la sombra – ¿Madre, eres tú? A que ni te imaginas lo que me acaba de suceder - La sombra se puso de pie, la luz de la calle le iluminó medio rostro, era la cara de un niño que le resultó a Facundo, harto familiar –Ya sabia yo que no podrías estar callado, no te preocupes, tan solo tomaré lo que es mío.
Sobra mencionar que no se escuchó respuesta.
22 Diciembre, 2010
Lilymeth Mena.
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Barriga llena ¿ Corazón contento ?

Sobre las tejas rojas iluminadas por la luna llena; se encontraban el Cirilo y el Margarito, lamiéndose complacientemente los bigotes y las patas. Entre el jamón que el vecino del nueve había tirado en el cesto, y la lata con restos de sardina que la del siete había dejado sobre el fregadero, se habían armado tremenda cena.

Con las barrigas bien llenas y la luna en lo alto, Margarito un gato amarillo con blanco, se preparaba para una noche de contemplación amorosa. Por que todos sabemos, o igual, por si no lo sabes, todos los gatos están enamorados de la luna.
Ya se encontraba pues el Margarito panza arriba con los ojos enternecidos de amor, cuando notó que su compañero no le hacia segunda. Entonces Margarito se sentó sobre sus patas traseras para mirar detenidamente a su amigo.
Cirilo era un gato pardo de ojos tristísimos, los dos se habían encontrado hacia pocos meses en un callejón, hurgando en el mismo bote detrás de la tienda de la señora Clara.
Desde entonces eran amigos, compartían la cena y la luna.
-¿Oyes Cirilo pos que te pasa? Ya tienes días y noches que andas ansina como menso. Espero que no sea por esa gata que te meneaba la colita sobre la barda del callejón, o que te haya hecho daño el jamón verde del vecino. Cirilo en lugar de responder evadía a su compadre para no mirarlo ni responderle. Se hacia el que no oía mientras le dedicaba largas lengüetadas a sus patas traseras.
-Ah, vamos, que si es por ella. Pero si casi ni la conoces, wey.
Esta vez Cirilo lo miró de reojo, luego siguió contemplando la nada, y después de un rato contestó –Quizá y hasta es por eso. Por que no la conozco. Aunque se de ella bien poco, y he estado con ella nomás algunas noches; no dejo de sentir tremendas ganas de buscarla, ganas de estar con ella, es mas, hasta ganas de pensar en ella.
-Vaya, que estas jodido, pobre mi compadre. Pero si ya sabes que todas las gatas son unas cabronas. Lo que tú necesitas es que yo te presente gatitas nuevas. Veras, mañana te voy a jalar de los bigotes hasta la casa de Chon, un gato a todo dar. En su casa hay muchas gatas para que te distraigas. Ya veras como esas ganas de ella, se te van para siempre.
-Veremos, mano. Veremos.
Entonces los dos gatos se echaron panza arriba para mirar la luna, y poder dedicarle en tan sabrosa posición, uno que otro largo maullido. Esos maullidos dolorosos, agudos y duraderos de los gatos enamorados.
Pasadas muchas noches, cuando la luna se encontraba de nuevo redonda sobre el tejado rojo; el Margarito y el Cirilo se terminaban de relamer la lasaña de la vecina del seis.
Entonces Margarito con toda la prudencia que un gato puede tener, notó la ausencia de su amigo. Cirilo se lamia mirando profundamente hacia el callejón. Con esa melancolía que lo caracterizaba. Con esa tristeza en los ojos que era nomás de él.
-Pinche compadre- dijo Margarito con los ojos bien abiertos- tú sigues pensando en esa gata, todavía quieres verla y estar con ella, verdad?
Cirilo continuó de manera indiferente limpiándose los restos de cena de las patas, como si no hubiese escuchado nada, luego se detuvo, levantó el cuello para mirar la luna y respondió. – Si, pero sin ganas.
17 Diciembre, 2010
Lilymeth Mena.
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Brotes.de impaciencia.

Como todo niño de seis años, Lalo era curioso y juguetón. Constantemente su madre tenía que reprenderlo para apaciguar sus ímpetus. Era vivillo y locuaz. Intrépido y muy inteligente, ya sabía leer y escribir.

Un jueves por la noche mientras su madre jugaba canasta con unas amigas, el pequeño se había dedicado a atar las agujetas de los zapatos de las invitadas entre si. Ya podrás imaginarte el escándalo que se armo cuando la señora Berta quiso ir al baño por enésima vez. Aquellas que quisieron ponerse de pie para ayudar a la amiga en desgracia, no solo no pudieron ayudarle, sino que cayeron sobre ella una tras otra como fichas de domino.
Alicia, madre de Lalo, tenía que ponerle un castigo para que aprendiera a respetar a las señoras que gentilmente le hacen compañía cada semana a su abandonada progenitora.
Así que cada mañana cuando su madre preparaba la comida, el niño debía “limpiar” el arroz o los frijoles para que se echaran a cocer. Con toda pereza el chiquillo comenzaba separando con algunos deditos sobre la mesa, las semillas buenas, de las pequeñas piedrecitas, o las ramitas secas que se cuelan en la bolsa de a kilo. Para Lalo no era un castigo, era un suplicio inaguantable, un total fastidio. El montón de semillas que le daban a limpiar parecía inagotable. La cacerola donde debía poner los granos limpios, no se llenaba nunca.
A veces terminaba durmiéndose sobre la mesa llena de arroz, con los brazos entrecruzados sosteniendole la cabeza.
Con las semillas de frijol era un poco menos aburrido, comenzaba acomodando muchos frijolitos en formación y simulaba que eran soldados preparándose para atacar a los del bando contrario.
Una vez se metió un frijol a la boca, se lo fue pasando de lado a lado con la lengua. Cuando el frijol estuvo demasiado blando, perdió la piel. El sabor del frijol desnudo era extraño y desagradable. Así que lo escupió debajo de la mesa. Muchas otras veces volvió a repetir su descubrimiento, pero en cuanto el frijol soltaba la piel, iba a dar al suelo.
Como Lalito aun no entraba a la escuela primaria. Dedicaba el total de sus días a jugar y explorar en el jardín o en el patio trasero. Ya había sido cazador en África, soldado en una guerra de un país muy lejano a su casa, se había colgado de los tendederos hasta tirar todas las sabanas blancas al suelo, y ya le había cortado las pestañas y los bigotes al señor “Cascabel”, el gato de la familia.
Como todo niño travieso y mal criado, Lalo se negaba últimamente a bañarse. Era como un castigo más. La nana le tallaba fuertemente detrás de las orejas, los codos y las rodillas, hasta dejarlo adolorido y colorado. Cada vez que escuchaba a su madre pedirle a la nana que pusiera agua a calentar para darle un baño, el niño salía disparado a buscar algún escondite. Seguido su plan daba resultado. Lograba evadir el agua y los tallones de la nana hasta por una semana.
Un día la abuela llegó de visita. Cuando la criatura corrió a recibirla y ver sus regalos, la anciana percibió un mal olor en el niño. De inmediato lo envió a bañar diciéndole que no le daría los obsequios que traía para él si no se daba un baño.
Sin otro remedio Lalo se sometió a los tallones inmisericordes de su nana, quien le dijo que ya hacia muchos días no se bañaba y seguramente por eso olía muy mal.
Uno de los presentes traídos por la abuela era un carrito de bomberos de madera con todo y campanita, pintado en color rojo. Lalo se la pasaba horas jugando con él.
Una tarde mientras la abuela bebía una taza de te. El niño se le acercó y la abuela sintió el mismo extraño hedor. La abuela notó que ese olorcillo le venia de las orejas y la nariz, pero no sabia que era.
Esa misma tarde la abuela debía volver a su casa.
Pasaron los días y debido a la poca atención de la madre o lo escurridizo que era el niño, el olor del muchacho empeoró. Y unas extrañas ramitas verdes comenzaron a brotarle de los oídos, la nariz y el ombligo.
Cuando su madre se dio cuenta de este fenómeno, el niño ya era una enredadera con patas.
El medico le explico que el niño se había introducido en algún momento sin que nadie lo notara, algunos frijoles, que con el tiempo habían germinado y brotado.
Alicia estaba tan molesta, que decidió darle un castigo ejemplar.
Desde aquella tarde Lalito se mantiene de pie, casi sin hablar ni moverse, en la sala de estar. Como planta de ornato.
09 Diciembre, 2010
Lilymeth Mena.
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Preocupaciones de una esposa.

No son los rayos del sol que entran desvergonzadamente por la ventana, ni el perro del vecino que ladra insistentemente; los que me sacan de la cama para buscar las pantuflas con los pies sobre la alfombra. Es el despertador que repiquetea sobre la mesita de noche dando brincos como conejo rabioso. Le pincho la perilla y por fin se detiene. Es increíble que no exista manera más sutil de despertar. Recién leí en la Vanity Fair, que cada vez que el despertador te saca de tus sueños pierdes cinco segundos de vida. En este mundo hay que vivir con el corazón agitado o no es vida. ¿Cuánto perderás cuando te despierta el llanto del bebe? Eso es algo que no dicen las revistas ni los científicos. Mucho que hemos avanzado.

Tengo que partir dos rebanadas para el sándwich de Ron, cada vez hacen el pan mas apretado; no como el que hacíamos en la granja de la abuela con huevos y leche de verdad. Pavo con un poco de mostaza. Nada como la mostaza para realzar el sabor de las aves. Tal vez un poquito de pimienta.
Café negro y frío en el thermo. Una manzana roja.
Sandra Templeton la sobrina de mi jefe, dice que una manzana al día te mantiene sano. Està estudiando enfermeria, lo leyó en un libro de salud e higiene.
Le preparo a Ron la ropa mientras se baña, camisa limpia y planchada; seremos pobres pero limpios. Calcetines, calzoncillos.
Le dejo la lonchera sobre el comedor, yo tengo que llevar al bebe donde mi madre o llegare tarde a servir mesas.
Oh, por poco lo olvido. La sombrilla…por si cae.
02 Diciembre, 2010
Lilymeth Mena.
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