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Por siempre Abril.

Esa tarde lluviosa de abril tuve que volver caminando de la escuela a casa de mi abuela como todas las tardes. Aunque atravesar el parque a esas horas no hacia mas que alargarme el camino, algo me obligó a hacerlo. Un tipo de presentimiento, antojo, capricho interno. ¡Yo que se!

La mochila me golpeaba ligeramente el trasero cada que daba un paso, las manos dentro de los bolsillos de mis acabados jeans no hacían otra cosa que encogerse de frio. Con los exámenes finales la migraña y el hambre que tenía tan atrasada, encima me llovía.
Llegando a la esquina que forman la avenida grande y la calle de librerías sentí que pisaba algo mullido con el pie derecho, me devolví un paso y miré en el suelo lo que parecía ser una especie de semilla del tamaño de una nuez, algo suave y peludita.
La guardé dentro de la mano y terminé de recorrer las últimas dos cuadras con esa cosa rodando entre mis dedos.
La abuela me recibió con una toalla pequeña y me dijo que me bañara, no fuera yo a pescar un resfriado. Solo eso me faltaba.
Me preparé un sándwich para ponerme a repasar los apuntes del día. La semillita peluda sobre el escritorio me provocaba una extraña inquietud y la miraba de reojo de vez en vez.
Para la mañana salía ya corriendo por que se me había hecho un poco tarde. Subí al primer autobús que pasó aunque iba bastante lleno. Intenté surfear entre la gente para acercarme a la puerta trasera. Y ahí estabas tú, sentada casi al fondo con tus libros sobre las piernas. Me colgué del pasamanos al mismo tiempo que me diluía en tus ojos, mi mano derecha encontró la semilla dentro de mi bolsillo. No recordaba haberla metido ahí. No se decirte por que, pues jamás he sido esclavo de las explicaciones; pero impulsivamente metí aquella bola peluda a mi boca y la tragué.
Sentí entonces, puro amor.
Es justo decir que te quise desde que te vi.
A partir de ahí mi vida fue una terrible pesadilla. Me levantaba cada mañana con los minutos contados para alcanzar tu autobús, y poder verte lo que dura el trayecto de diez calles a mi escuela.
Entre el mal comer, la presión de los exámenes finales, perseguirte y un extraño mal que me aquejaba físicamente, mi cuerpo y mente estaban notoriamente disminuidos.
Por las noches una fiebre muy alta me atacaba y no había mañana que no despertara besando el excusado. De madrugada mientras intentaba dormir escuchaba el aleteo de un mosquito muy cerca de mi rostro. Inútilmente encendí la luz varias noches seguidas intentado dar con él para aplastarlo. Nunca lo vi. En cuanto ponía las sienes sobre la almohada, el aleteo y el zumbido del infeliz me sonaban fuertemente haciendo eco en mi cerebro.
Lo único que ponía un poco de freno a mi miseria, eran aquellos divinos segundos diluido en tu mirada, extraviada en el paisaje urbano tras el cristal del autobús.
Cuando perdí seis kilos la abuela me metió una purga obligada.
Ya no sabía si era deberás doloroso o simpático intentar adivinar por que eran las migrañas y el cansancio, si por que se me iba la vida en vómitos o por que el pinche insecto zumbador no me dejaba en paz. Cada noche el mismo rezumbar en mi cabeza.
Una mañana de esas en que yo ya no esperaba nada, ni arrastrarme para verte siquiera; me fui directo al excusado. Me arrodillé y me preparé para mi cascada matutina, ya sin luchar, sin poner ninguna resistencia a esto que me estaba matando.
En lugar de fluido sentí algo rasposo trepar por mi garganta. ¡Sácalo! – me dije a mi mismo intentado con la poca voluntad que me quedaba pujar un poco para sacar aquello.
Mi mano sobre la boca alcanzó a detener un bicho que todo aturdido salía de mis entrañas. Casi del tamaño de una moneda de a diez lo sostuve sobre la palma extendida. Lo miré, me miró, lo miré de nuevo, y en lugar de aniquilarlo despiadadamente por todo lo que me había provocado, lo coloqué en la cornisa de la ventana y lo vi volar hacia afuera.
Jamás en la vida volví a sentir aquel amor que me perdía.
Tampoco volví a verte.
"Para ti, que siempre estás aunque no quieras".
15 Marzo, 2011
Lilymeth Mena.
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