Acostumbrado como estaba a
las constantes mudanzas, Héctor limpiaba con marcado desgano el polvo de su
colección de aviones a escala, y de
pequeños soldaditos, antes de envolverlos y meterlos en una caja de cartón.
Regadas por el suelo de su
habitación ya había varias cajas selladas y rotuladas. Juguetes, ropa de cama,
libros, zapatos.
En realidad no comprendía
bien a que se dedicaba su padre, solo sabia que tenían que cambiar de casa muy
seguido; aunque no le molestaba ser siempre el nuevo de la clase, y nunca se había
quejado de tal inestabilidad, le daba cierta nostalgia mirar las fotos que le
tomaran de bebe en casa de sus abuelos, y que guardaba celosamente bajo la
almohada. Una casa y unos abuelos a los que apenas recordaba pero que le dolía
haber dejado atrás.
Otra vez el ritual de
despegar con toda la paciencia del mundo sus pegotines de colección de las
puertas interiores del closet, para repegarlas en las de la nueva casa.
Todo parecía lo mismo que
todas las veces pasadas.
Hasta que su madre apareció
con cara sombría en la puerta de su habitación para anunciarle que a donde se mudarían
esta vez, no se les tenía permitido llevar mascotas. Adiós señor Gonzáles.
El señor Gonzáles había sido
su gato y compañero fiel desde que ambos eran apenas unos críos. ¿Cómo podría
abandonarlo?
Si había sido el señor Gonzáles
la única razón por la que todas las anteriores mudanzas no habían significado
casi nada, él hacia soportable cualquier traslado. No importaba a donde fuera
la familia si su pinto bigotón podía siempre acurrucarse sobre su regazo.
Su madre había intentado
calmarlo diciéndole que podían dejarle el gato a la señora Pita, una anciana
vecina que ya poseía unos cuantos.
Pero eso no servia de
consuelo.
Abandonar a tu mejor amigo, a
tu único mas mejor amigo no es de gente. No se le deja un niño a un anciano que
apenas puede cuidar de si mismo. El señor Gonzáles y Héctor eran de la misma
edad, eran como hermanos.
“Es un niño igual que yo”
¿Cómo saber que la vieja, inútil
y decrepita Pita cuidaría bien de él? ¿Qué sus demás gatos hambreados no lo
molestaran, como hacen en la escuela los niños mayores solo por que es el chico
nuevo? ¿Cómo confiarle a una casi desconocida tu cosa mas amada? Lo único que
has sentido tuyo.
Era casi como tener que
arrancarte un brazo.
Nadie es capaz de arrancarse
un brazo solo por que te lo digan los demás, aun si los demás son tus propios
padres.
Nadie abandona a un hermano.
La mañana de la mudanza Héctor
estaba muy serio observando desde el asiento trasero del auto de su padre, como
los empleados de uniforme azul subían los muebles y las decenas de cajas al
enorme camión.
Casi al mismo tiempo de
arrancar el auto se terminaba de subir el último tanto de cajas, Héctor se sentó
sobre sus rodillas para poder mirar hacia atrás.
La gente del camión subía
para partir hacia la nueva casa en caravana y en el lago, detrás de la casa, el
cadáver del señor Gonzáles flotaba.
Febrero 8, 2013
Lilymeth Mena.