Hurgando el bolsillo de mi abrigo saco la llave de su casa, la misma que me diera dos años atrás y que he cargado conmigo desde entonces. Le daba miedo imaginar que un día podía caer en la ducha o por las escaleras, y que los vecinos notarían su ausencia y encontrarían su cadaver, cuando ya estuviera en avanzado estado de descomposición.
Un miedo ridículo viniendo de alguien que se ocupó toda la vida de llamar la atención, y de rodearse de gente que revolotéa a su alrededor como lo hacen las moscas sobre la mierda.
Entré por la puerta principal con toda la calma hasta llegar a la cocina, ahí la encontré de espaldas con su mandíl de mariposas.
~Con que guisando eh?
Llevándose la mano al pecho y agitada me dijo ~Pero que susto me has dado! Bien podrías haber llamado. Tienes hambre? Llegas en buen momento, acabo de terminar tu favorito: Asado. Siéntate que te atiendo.
~Ya, deja que me lave las manos, ya vengo.
Me miré en el espejo de su baño, un baño que me conocía quizás mejor que yo. La mirada que me devolvía mi reflejo me erizo la espalda. Cuando se ha acumulado tanto rencor por tanto tiempo, el mismo aire se convierte en un barro espeso que vuelve dolorosa la propia respiración.
De vuelta en la cocina la encontré con la vista dentro de la cazuela.
Al sentir mis pasos se ha vuelto hacía mí con esa sonrisa odiosa de toda la vida. ~Te lavaste las manos y no te has sacado los guantes?.
No le dí tiempo de nada, tomé uno de sus cuchillos y se lo enteré en el pecho hasta escuchar los huesos tronar.
~Tú tienes la culpa! Tú me lo quitaste! Tú mataste a papá! Te odio!
Ella aún sorprendida, me dirige una mirada de compasión maternal y tristeza, mientras su estúpido mandíl de mariposas se llena de sangre.
~Pero Mariana, hija...estas loca!
~Estamos mamá, estamos.
Lilymeth Mena
22 Septiembre, 2013.
Mariachi aquí¡
En el número
12 de la calle del Olmo Ernesto miraba a su madre y a sus tias andar de un lado
para el otro de la enorme casona con el pañuelo en la mano y lloriqueando. Lupe
la única criada de la casa se encargaba de tapar los espejos de la habitación
con grandes sabanas blancas. María la madre de Ernesto le había encargado estar
atenta para detener el reloj en el momento preciso. La puerta principal no
dejaba de sonar por los parientes interesados en dar el último adiós a la
anciana abuela; así como para saber algo sobre el testamento.
El medico de cabezera no se
apartaba del lado de doña Eulalia; tomando los signos vitales de cuando en
cuando y suministrando morfina para que el pobre cuerpo ya cansado no sufriera
de más.
Ernesto y sus primos no sabían
realmente lo que estaba por venir, que era todo eso de las tias lloronas y los
espejos tapados. Los tios que nunca venían de visita ahora contaban chistes en
el corredor.
Era como una fiesta sin ser
fiesta.
Las manos de Lupe abrieron
el enorme reloj de pie y detuvieron las manecillas a las siete menos cinco.
El galeno entrego unos
papeles a María y se retiró muy serio. No le dio paletas a ninguno de los niños
como era su costumbre.
Fue una de las tías quién cubrió
el azulado rostro de la pobre abuela.
Justo al lado, en la calle
del Olmo número 11, Manuel escuchaba el llanto de su primogénito, la partera
salio para anunciarle que se trataba de un sano y rosado varoncito.
Lleno de gozo Manuel mando a
traer mariachis para festejar a su hijo y dar las gracias a su mujer.
Al arribar a la calle del
Olmo y ver tanta multitud, los mariachis no sabían si entrar en el 11 o en el
12.
Lilymeth Mena
12 de septiembre, 2013.
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