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Y sin embargo habla.

Para Margarita el habla era mucho más que un instinto desarrollado, para ella era su mejor instrumento. Desde muy niña se había distinguido por ser desinhibida, platicadora y muy simpática. En broma su padre solía decirle -Ay, hija. Tú hablas hasta con las piedras.

Lo cual no estaba en nada alejado de la realidad.
Por la mañana la jovencita saludaba a los pajarillos de su madre. Una pareja de canarios que cantaban alegremente dentro de su jaula. La chica era a lo más alegre y juguetona. -Buenos días, pajaritos. ¿Cómo amanecieron hoy?
Después del saludo a las aves, se encaminaba al comedor para saludar a su pez dorado, luego saludaba del mismo modo a su padre, a su madre, y finalmente a la nana que servia el desayuno
-Buenos días mi nana querida. Pero como eres chula mi viejita hermosa -canturreaba con su voz de niña mientras abrazaba a la anciana y le plantaba un beso en la mejilla.
En la escuela sabia ganarse el afecto hasta de los maestros más duros por que era adulona y divertida. Aparte de poseer ese ángel y linda sonrisa que la convertían en una criatura, a falta de otra palabra, encantadora.
Margarita recién comenzaba un nuevo ciclo escolar e intentaba identificar a los alumnos nuevos, para ayudarlos a integrarse al horario de clases. Una tarea que le inculcara desde que entrara a la preparatoria su tutor. Era una comisión que no le pesaba para nada y le acareaba puntos extra, así que lo hacia siempre con mucho gusto.
Entre el tumulto de chicos que se agolpaban para dirigirse a sus aulas luego que sonara el timbre, Margarita vio a un muchacho de mirada melancólica y serena que parecía perdido. Sostenía nerviosamente el horario y miraba hacia todas partes.
Margarita se le acercó con su sonrisa especial para darle la bienvenida y ayudarlo a encontrar su aula. Luego de indicarle el ala norte del edificio y darle instrucciones, se despidieron amablemente. Aunque el muchacho no la miró en ningún momento a los ojos, a Margarita le parecieron los más bellos que había visto nunca.
Durante todo ese semestre, Margarita intentaría acercarse al joven de todas las maneras imaginables, sin conseguir ningún avance. El muchacho era introvertido y callado. Gustaba de sentarse alejado de los grupos a la hora del recreo, para disfrutar de su merienda y algún libro.
Nuestra Margarita ya había hecho de todo. Esa mañana se acercó al chico mientras este tomaba jugo y terminaba de leer “La evolución de las especies”. Se sentó junto a él sobre el césped y con grandes esfuerzos intentó iniciar la charla, pero el muchacho no mostró interés alguno. Por el contrario había sumido aun más la mirada dentro del grueso tomo y la había ignorado por completo.
La niña contrariada, se alejó del lugar donde yacía el objeto de su afecto para caminar sobre el patio de juegos. Era extraño para ella sentirse ignorada, acostumbrada como estaba a ser el centro de atención. Con el ceño un poco fruncido no dejaba de preguntarse ¿Por qué le atraía ese joven que no parecía gustar de ella?
Sobre el concreto del patio había una piedra. La muchacha se inclino y se dirigió a la piedra -Papá dice que hablo tanto, que podría platicar hasta con las piedras. Seguramente tú me pondrías mas atención de la que me pone él. Anda, dime piedrita linda ¿Por qué no me quiere?
-Tal vez sea por que hablas demasiado y él es amante del silencio -Respondió la piedra.
03 Enero, 2010
Lilymeth Mena.
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2 comentarios:

Jesús Chamali dijo...

Una historia redonda y elocuente. ¡Qué grande eres escribiendo!

Lilymeth Mena dijo...

Muchas gracias, Jesús .