Esta semana se ha ganado las
palmas de entre las más difíciles que me han tocado sortear entre las tormentas
de mis océanos internos. De un sin avisar me llegaron oportunidades. y eso de
tener que tomar decisiones así en dos minutos es no solo difícil, sino hasta doloroso.
Te dueles y te apenas por ser un pobre diablo que no sabe decidir lo que será
de su futuro próximo o lejano.
Pero, como consuelo (como hace
todo idiota), me imagino que a todos nos sucede así cuando nos llegan de golpe
tantas cosas, buenas, malas y las peores.
El martes…no, ¿era miércoles?,
no, seguro fue el martes, venía de regreso del trabajo como cada tarde, con el
calor inmundo que ha hecho estas tardes empapando mi pecho que se pegaba a la
camisa inevitablemente. El paisaje urbano que poco a poco se va convirtiendo en
rural me venia prodigando un poco de calma a especie de caricia muy necesitada.
Ver grandes llanos verdes y uno que otro animalillo pastando, me devolvía al
mundo donde habitan todos los demás.
Por eso decidí mudarme hasta acá,
aunque mi camino al trabajo se haya alargado, no importa, mis tardes, de hecho
mis días siguen antojándoseme tan largos que ¿Qué mas da?
El casi inservible autobús en
que venía se detuvo como lo hace mil veces a lo largo del camino para subir o
bajar gente, cuando mi mirada perdida se posó sobre un pobre muchacho. Era muy
joven, quizá unos veintitantos o treinta años, tirado en el suelo incómodamente,
la mitad sobre la acera y la otra abajo. En los escasos segundos que duró la
parada del autobús en aquella esquina, pude notar que el chico sufría un
ataque.
No estaba mal vestido ni
sucio, tenía el cabello recién cortado, seguramente se había afeitado por la
mañana. Junto a él se encontraba una mochila de lona color negra con vivos en
rojo.
Sus jeans mostraban una
fresca mancha de orina. Y el pobre joven sufría leves convulsiones mientras sus
ojos se perdían hacia atrás.
Las personas pasaban a su
lado sin siquiera mirarlo, seguro pensaban que se trataba de un inmundo borrachín
que en lugar de estar trabajando para alimentar a sus hijos, se había ido a la
pulqueria del lugar a hincharse hasta caer sobre la acera tan indecorosamente.
No pude creer que nadie se
acercara a prestarle auxilio, que nadie pudiese notar la diferencia entre un
chico de clase trabajadora y un borracho mal oliente.
Si no fuese yo quien notó lo
evidente, si yo fuese otro.
Hubiese parado el autobús para
brincar y ayudar al joven, pero para su pinche mala suerte, el único observador
abordo es un cobarde, que no tiene ni
puta idea de que hacer con su propia vida.
21 Abril, 2013
Lilymeth Mena.
21 Abril, 2013
Lilymeth Mena.
4 comentarios:
¡Qué diferencia a lo que vi en mi college hace unos días! Una joven sufrió un ataque de epilepsia y mientras la asistían los enfermeros el resto de la gente oraba por ella pero en silencio. La cabeza baja, nadie se movía, nadie hablaba, salvo yo, que no soy evangélica: "perdón ¿qué pasa?"
Subyuga leer los relatos de Lilymeth; tienen algo muy extraño, una mezcla totémica de lo remoto con lo "pegado a la piel" como sudor; es como si ella fuera un shaman que se convierte en tlacuache y nos ahulla y nos susurra
Estubo exelente, me logro identificar y la manera de transmitir la historia es un poco local y eso le da el buen toque para el final :)
Me gusto la intensidad del principio y me desiluciono el desenlase. tal como es la vida real y cruda, el encanto de esta historia para mi es el final que le pondremos cuando la veamos presente en nuestra realidad. Que haremos, gracias por tu historia inspiradora.
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