En el número
12 de la calle del Olmo Ernesto miraba a su madre y a sus tias andar de un lado
para el otro de la enorme casona con el pañuelo en la mano y lloriqueando. Lupe
la única criada de la casa se encargaba de tapar los espejos de la habitación
con grandes sabanas blancas. María la madre de Ernesto le había encargado estar
atenta para detener el reloj en el momento preciso. La puerta principal no
dejaba de sonar por los parientes interesados en dar el último adiós a la
anciana abuela; así como para saber algo sobre el testamento.
El medico de cabezera no se
apartaba del lado de doña Eulalia; tomando los signos vitales de cuando en
cuando y suministrando morfina para que el pobre cuerpo ya cansado no sufriera
de más.
Ernesto y sus primos no sabían
realmente lo que estaba por venir, que era todo eso de las tias lloronas y los
espejos tapados. Los tios que nunca venían de visita ahora contaban chistes en
el corredor.
Era como una fiesta sin ser
fiesta.
Las manos de Lupe abrieron
el enorme reloj de pie y detuvieron las manecillas a las siete menos cinco.
El galeno entrego unos
papeles a María y se retiró muy serio. No le dio paletas a ninguno de los niños
como era su costumbre.
Fue una de las tías quién cubrió
el azulado rostro de la pobre abuela.
Justo al lado, en la calle
del Olmo número 11, Manuel escuchaba el llanto de su primogénito, la partera
salio para anunciarle que se trataba de un sano y rosado varoncito.
Lleno de gozo Manuel mando a
traer mariachis para festejar a su hijo y dar las gracias a su mujer.
Al arribar a la calle del
Olmo y ver tanta multitud, los mariachis no sabían si entrar en el 11 o en el
12.
Lilymeth Mena
12 de septiembre, 2013.
3 comentarios:
Me encanto tu historia los mariachis siempre estamos en la principales momentos aportando el toque de alegría musical.
Los Mariachis ofrecen más que música. Otorgamos gozo, romanticismo y mucho amor como el de este bello relato.
Linda historia
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