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Pequeña yo, pequeña tú.


Su amistad era tan larga como sus cabelleras; una rubia, la otra morena. Desde pequeñas hicieron una promesa, nada jamás podría separarlas. Contaban con veinte años cuando Luisa organizo una cena, presentaría a su prometido de manera formal con sus parientes y amigos. Corina llegó tarde, como siempre

A partir de entonces era frecuente ver al trío saliendo del cine, de algún barecito o de una reunión de amigos un viernes por la noche. Fue un miércoles por la tarde, habían quedado de verse en casa de Corina para ir de compras, arreglarse las uñas y cortarse el cabello. Esos rituales femeninos que en compañía de la mejor amiga son siempre más satisfactorios. Luisa toca el timbre sin saber que su novio está de visita en casa de su amiga. Corina atiende la puerta arreglándose el cabello y abotonándose la blusa.
El corazón de Luisa se obscurece con tristeza, desilusión y rabia.
Tela, tijeras, hilo, una vieja fotografía. Poco a poco va dando forma a su creación, cuando por fin el cuerpo está terminado, le agrega cabellos rubios largos, y ojitos de botón.
Una aguja atravesando el centro del pecho, una en cada extremidad, dos en la espalda, tres en la cabeza. -Esta no es una muñeca, eres tú Corina. Sentirás el mismo dolor que siento yo. Sufrirás por el daño que me has causado. Por romperme de este modo el corazón.
Pasaron ocho años. Y el tiempo que todo lo cura, que todo lo madura hasta darle un tono más sereno, más sensato, las reunió de nuevo. El chico aquel, causa de su alejamiento, había sido perverso y cruel con Corina. Hacia mucho de su separación.
La amistad volvió a darse entre ellas por que así son las amistades entre mujeres, unas florecen de nuevo con solo unas gotas de rocío, otras se marchitan para siempre.
Para el cumpleaños de Luisa, deciden organizar una fiesta como las de antes “Como cuando éramos hermanas y estábamos siempre tú conmigo, yo contigo”. Dan las ocho y llegan los primeros amigos, parientes, comida y música, todo junto y en abundancia. Pasada la media noche Corina sube a la recamara de su amiga para refrescarse. En el baño se moja un poco el cuello y la nuca. Busca una toalla de las pequeñas sobre el tocador, donde sabe que Luisa las dobla y pone por colores. El alhajero de madera está abierto. La cabellera rubia de una muñeca de trapo se asoma ligeramente. Sus ojos de botón parecen mirarla a ella con la misma sorpresa.
Luisa entra a su recamara y mira la escena, Corina con ojos impávidos sosteniendo su pequeño “Yo” entre las manos, algo crispadas por la sorpresa. –Esta soy yo - dice la rubia en tono de afirmación dirigiéndole a Luisa una mirada acusadora. –Si, esa eres tú. Debes entender, me quitaste algo que jamás volverá. Estaba muy enojada contigo, no sabia lo que hacia. –Eres una desdichada ¡ - escupe la rubia con rabia sacudiendo muy cerca del rostro de Luisa la criaturita de trapo. –Te prometo que me desharé de ella, y seremos hermanas como siempre. –Y que son todos estos alfileres? Todas estas agujas? Eres una perra. Querías matarme? –No, tan solo quería que sufrieras como sufrí yo. Pero si, debo confesarte que desee tu muerte. Esa aguja que atraviesa el centro del pecho de la muñeca, es mortal. No debe retirársele jamás. Por favor, perdóname.
Corina se retira unos pasos y apretando fuertemente la muñeca sujeta con los dedos la aguja clavada en el pequeño pecho -Ahora tú serás la que muera¡. La aguja cae al suelo, Corina también.
25 Mayo, 2010
Lilymeth Mena.
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