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Cena para dos.

3 kilos y medio fue el peso de la niña al nacer. Una criatura bastante saludable, rolliza y sonrosada. Sus padres miraban con orgullo el regordete cuerpo de su niña en el cunero del hospital. El resto de las recién nacidas eran pequeñitas, frágiles. Le pusieron por nombre Cristina, como la abuela paterna muerta hace años. Con el paso de los meses los padres se maravillaban de lo bien que se desarrollaba la niña, era una criatura bastante brillante y vivaracha. Cuando tuvo tres años su comportamiento sufrió algunos cambios. Cristina tenía un apetito voraz, por que a decir de ella sufría de un hambre persistente. Los padres pensaban que era bueno que la niña comiera tanto, tenían varios casos de sobrinos que eran harto preocupantes. Brenda la hija de la hermana de Marc, el padre de Cristina. Era una niña remilgosa, nada le gustaba y comía bien poco. Su madre tenia que meterle por la fuerza multi vitamínicos para evitar la anemia. Era una niña de brazos flacuchos y cabeza grande.

Las dos niñas tienen ya diez años. Como Brenda y Cristina viven a media cuadra son compañeras de juegos. Juegos que interrumpen frecuentemente por que Cristina toma varios refrigerios durante la tarde, entre la hora de la comida y la cena. Un amigo del padre, medico pediatra. Había diagnosticado a Cristina una fibrosis quística que era la causante de su bestial apetito, para evitar problemas intestinales y de mucosas ya estaba bajo tratamiento, pero el asunto del hambre no parecía tener control. La niña sufría tos y debía llevar un inhalador consigo en caso de necesitarlo. Brenda y Cristina estaban ya acostumbradas a la rutina que las madres, a fuerza de ser madres, van construyendo alrededor de sus hijos. Jugaban por las tardes después de la escuela en el jardín de Brenda. Pero cada cierto tiempo iban a casa de Cristina para que tomara un refrigerio y su medicina. No podían jugar cosas que la cansaran demasiado por el asunto de su tos.
Una noche mientras las niñas jugaban en la sala un juego de mesa, hubo un apagón. La abuela de Brenda llamó al celular de su hija para pedirle que fuera a ayudarla, era una mujer anciana y se había quedado atorada en el garaje que solo tenia puerta eléctrica. La madre de Brenda llamó a la madre de Cristina pero ésta había aprovechado a salir por víveres. Lo más sencillo era dejar a las niñas en la casa, estarían seguras y la mujer podría ir a sacar a su madre del aprieto en el que estaba la anciana agotada de la cadera. Eran las seis cuando la mujer saliò volando. La noche comenzaba a caer como un velo sobre la ciudad.
Las dos criaturas se quedaron contentas, armaron en la recamara de Brenda una carpa con sabanas y palos de escoba. Llenaron el suelo de almohadas y cojines para acostarse sobre ellos. Tomaron la linterna del cuarto del hermano mayor para poder leer libros de miedo. El hermano había salido a su juego de americano, seguramente aprovecharía el apagón para llegar tarde a casa. Luego de dos horas leyendo y jugando Cristina tuvo hambre. Bajaron las escaleras hasta la cocina pero no encontraron nada que pudieran servirse. Las pequeñas intentaron distraerse, sacaron el tablero de damas chinas y se pusieron a jugar sobre la mesa de la cocina. Las dos sentadas sobre sus rodillas.
La ciudad entera era un caos, no había semáforos, cajas registradoras, computadoras. Incluso las gasolineras no estaban prestando servicio. Había un tráfico terrible. Las madres de las niñas se tardaron más de lo imaginado.
Cinco horas después Cristina ya tenía un hambre insoportable, la cabeza la dolía y tenia mucha tos, había tenido que usar su inhalador varias veces. Extrañamente, Brenda se sentía contagiada del hambre de su prima, ella que era siempre tan remilgosilla, ahora sentía tanta hambre que bien podría comerse un caballo entero.
Tal vez era un extraño caso de histeria colectiva, solo de dos.
Cuando la noche se volvió tan oscura como el cabello de Cristina, la niña le dijo en tono amenazante a su prima. –Tengo mucha hambre, Bren. Jamás he estado tanto tiempo sin comer, siento que la cabeza me va a reventar. Voy a tener que comerte- La otra niña la mira con ojos de sorpresa y miedo. Como comerme? piensa. Si no soy un sándwich o un pan de queso.
Cristina abre el cajón de los cubiertos y saca el cuchillo más grande. –Voy a tener que comerte- le repite a su prima que no sabe que hacer. –No, por favor Cristina, no me comas¡ Alguna otra cosa podemos hacer para que te calmes en lo que llega mamá. –Esta bien- dice Cristina con gesto magnánimo – Me conformaré con menos, dame tu corazón, me lo comeré. Nada más tu corazón.
Brenda se acuesta sobre la mesa y permite que Cristina le saque el corazón y se lo coma.
Cristina con los labios aun chorreados de sangre sonríe por haber calmado en algo su hambre. –Tu corazón es lo mas rico que he comido en toda mi vida. Ya no soportaba mas, te lo juro.
Brenda, que ahora ya no tiene corazón, brinca sobre su prima tumbándola en el suelo, y se la come a mordiscos.
01 Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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