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Tres no, uno si.

Para encontrarse en el sexto mes de gestación, el vientre de Mariana no era muy abultado. La doctora la hizo bajar de la báscula, que marcaba apenas cuatro kilos más que su peso regular. Aunque su contextura siempre había sido delgada a la doctora le preocupaba mucho. La enseñaba a calcular el peso aproximado que tendría su bebe al nacer, le decía cosas como “tienes que considerar el liquido amniótico, la placenta; al final tu bebe pesara muy poco, necesitas alimentarte mejor”. Enrique su marido, al que llamaba cariñosamente “Quique”; era un hombre bonachón unos años mayor que ella. Se preocupaba tanto por lo que decía la doctora, que se la pasaba comprándole a su mujer cuanto chocho y vitamina se le atravesaban. Llegaba del mercado cargado con botellas de jugo, fruta, carne, dulces, todo aquello que pensaba que podía tentar los antojos de Mariana. Pero la muchacha comía como pajarito, poco y muy escogido.

Eran mediados de mayo, el sol calentaba tanto como los hornos de la panadería de Quique. A las dos de la tarde Mariana solía llevar la comida para su marido y los dos maestros franceseros. Para esa hora la mesa de trabajo estaba llena de masa, harina, barniz de huevo. Los hornos terminaban de dorar las baguettes y los bolillos para en la noche, en la vitrina grande el pan de dulce invitaba con su aroma a echarlo en la bolsa de papel, o meterle una mordida. Esa tarde pasaban de las dos cuando Mariana salía de la puerta trasera de su casa, con charola en mano. Quien sabe si debido a algún mareo, un vagido de esos momentáneos del embarazo; la charola resbaló de sus manos y la mujer terminó vientre abajo en el suelo.
Cuando Quique notó la tardanza de su esposa corrió rodeando la panadería. La encontró todavía boca abajo, sin sentido, bañada en sangre.
La pérdida de ese bebe los mantuvo deprimidos mucho tiempo. La bonita cara de Mariana se notaba demacrada. En sus ojos se adivinaba esa tristeza silenciosa, que guardan algunas mujeres en una parte muy profunda del corazón. Fue dos años después que la adelgazada mujer quedara de nuevo encinta. Esta vez todo seria distinto, Mariana estaba cuidando su peso, comía mejor, se le veía radiante, feliz. Quique no pensaba pasar por lo mismo, contrató a una muchacha para que ayudara con los quehaceres de la casa. Su mujer se dedicaba a tejer, mirar las telenovelas y comer bien. Para el cumpleaños 26 de Mariana su esposo le preparó una comida, todos estuvieron contentos de ver a la pareja tan repuesta. Esa noche luego de que los últimos parientes se retiraran, y que se recogiera la mesa, un dolor intenso los obligo a correr a la sala de urgencias. Cuando llegaron al hospital ya había sangre en el vestido de Mariana, su regalo de cumpleaños. La doctora les explicó que el útero de Mariana tenía algunas malformaciones que habían ocasionado los abortos. Pero una explicación paciente y detallada, no alivia nada. Se les aconsejo no intentar otro embarazo, se les recomendó un especialista en terapia.
Ignorando los consejos, Quique y Mariana intentaron un nuevo embarazo. Él por hacer feliz a su esposa, ella por que no podía rendirse ante de idea de no ser madre. Sus hermanas, todas ellas, tenían tres o cuatro hijos. No era posible que dios le negara un bebe, uno solo.
Pese a que su nuevo medico le realizaba chequeos mensuales, la historia se repetía para el segundo trimestre de gestación. Esta vez Mariana había quedado imposibilitada para concebir. No habría más intentos, ni más fracasos.
Quique se desvivía por consentir a su querida y quebradiza esposa. Mariana realizaba sus labores domesticas como toda ama de casa. Frecuentemente su marido la encontraba con la mirada perdida, como cuando está uno mirando la nada, que se encuentra detrás todas las cosas.
Cuando sus sobrinas crecieron y tuvieron sus propios hijos. Ella les tejía ropita, los cargaba con la mirada vidriosa.
Quique murió a los cincuenta años de un paro cardiaco. Aparentemente causado por su gusto a comerse las utilidades, su hinchado corazón no pudo con tanta grasa saturada de pastel envinado. Mariana ha vendido la casa y la panadería por consejo psiquiátrico, sus nervios no soportarían otro colapso, no estar sola le ayudará a sobrellevar la viudez.
Su hermana mayor se inquieta por que pasa mucho tiempo sola encerrada en su habitación. Como siempre, come poco.
Una noche la hermana va al cuarto de Mariana, la cena esta lista y quieren que baje a comer con ellos, no la han visto en todo el día. La hermana entre abre la puerta.
Mariana se toca el vientre frente al espejo. Sus dedos encrispados acarician la barriga rellena de trapos que la mujer se ha embutido debajo el vestido. “Este tiene que nacer, Quique” Dice la mujer con la mirada perdida en la nada.
19 de Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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