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Su sonrisa blanca y brillante iluminaba cualquier lugar en donde entrara. Las ventanas se le abrían, casi solas.
Samkara tenia razon, solo envejecemos cuando vemos envejecer a los demas.
Por eso él nunca sobre pasaba el muro a su alrededor. Siempre era la magia de conocerse y la despedida.
La ventana se cerraba tras sus espaldas y se olvidaba por completo de la gente, de las causalidades. Las desesperadas gotas nocturnas, que no cesan de caer sobre el oxidado fregadero. Se lanzaba al vuelo pensando solo en cosas bonitas.
Pero el reloj en la panza del cocodrilo no paraba de hacer Tic Tac.
06 Noviembre, 2010
Lilymeth Mena.
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