A veces, cuando mi hermana no puede llegar a tiempo por la niña a la escuela, me llama a mi celular y me pide que vaya yo. Generalmente le digo que sí, y no por hacerle el favor a ella, lo hago esperando que Clara nunca sienta que los adultos a su alrededor están todos tan ocupados que no hay quien pueda ir a recogerla, no quiero que se sienta sola o abandonada. Así que algunas veces voy por ella a la hora de la salida, nos compramos un helado y nos venimos platicando todo el camino a casa. Una de esas tardes en que veníamos caminando cante y cante, se me ocurrió preguntarle, ya que veníamos solas:
–¿Por qué siempre traes en el cuello esa latita, mi vida?
–Es mi cajita de bostezos Bobita (Bobita, soy yo).
–¡Ah¡ ¿Y ya tienes muchos guardados?
–Sí, tengo de mi madre, del cerdo (mi hermano), y de la Abu.
–Uy, Bodoque, pues te tengo una muy mala noticia: ¿ves esta delgada ranura en la tapa de tu latita? Pues por ahí, se te han ido escapando todos los bostezos que tenías guardados. No me dijo nada, le dio risa, lamió el helado y continuamos cantando la canción de La Pájara Pinta hasta que llegamos a casa.
Algunos días después, mi hermano me llamó para que le ayudara a realizar algunos trabajos de carpintería en su casa. Después de cortar, cepillar y pulir madera, me tome unos minutos y mi madre me sirvió agua fría de mango. En esas estaba yo cuando Clarita se me acerca con su cara de pingo y me dice en vos muy baja, cerquita de mi oído, como si fuera un secreto entre ella y yo: «¿Ya viste, Bobita? Le puse un curita* a la rendija de mi latita y ya no se me van a escapar los bostezos.
* Tira adhesiva por una cara, en cuyo centro tiene un apósito esterilizado que se coloca sobre heridas pequeñas para protegerlas.
10 Abril, 2010
Lilymeth Mena.
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