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El regalo del Tlacuache...

Era de madrugada y la luna llena lo alumbraba todo en la gran Tenochtitlan. Las escalinatas de las pirámides bajo esa luz, resaltaban a la vista con sus cráneos y serpientes coloreadas con cochinillas trituradas y hierbas dulces. El ambiente olía a copal, vainilla, cacao. La plaza principal con sus tres calzadas, el acueducto que proveía de agua dulce traída desde el Acuecuexcatl, las calles de tierra apisonada, el dique de Nezahualcóyotl, los pequeños canales que rodeaban el islote por donde transitaban las canoas. Todo estaba quieto, todos estaban dormidos. En un momento comenzaron a brotar chapulines a montones venidos desde el Este, una oleada verde que cubría el camino llegando por detrás del Templo Mayor. La alfombra espesa de chapulines venia abriendo paso a una nube plateada que caminaba por la tierra, una nube tan brillante como la luna misma.

Cuando la nube se posó sobre la cima del Templo Mayor, los insectos desaparecieron tan rápidamente como habían venido. La nube lentamente se fue disipando hasta dejar al descubierto a Tezcatlipoca dios de dioses. Una bruma ligera comenzaba a bajar del cielo, Tezcatlipoca tomó asiento justo en la cima afuera de los dos templos, estirando su pierna sin pie; el pie que el monstruo de la tierra le comió. La franja negra en el rostro y el espejo de obsidiana en el pecho, en la mano derecha algunas flechas, en la izquierda una flauta. Estaba Tezcatlipoca sumido en profundas reflexiones, observando la tierra, la luna y las estrellas, cuando el Tlacuache vino y se sentó a su diestra.
-Tlacuache, tú siempre tan inoportuno, estoy en medio de terribles tribulaciones intentando comprender por que el hombre es como es, y tienes la ocurrencia de venir a interrumpirme.
-Perdona, mi dulce señor, si he perturbado tu trabajo y el silencio de la noche con el movimiento de mis bigotes.
-Solemos vernos de día en la espesura verde, cuando tenemos asuntos que tratar, no veo entonces a que has venido esta noche.
-Padre, he venido a traerte un obsequio que seguro me premiaras.
-Estamos pasando tiempos difíciles, tú conoces mi omnipotencia, que el espejo incrustado en mi pecho me da poder sobre el hombre, através de el puedo saber sus pensamientos y sus sentimientos. Por eso no entiendo aun por que pelea con sus hermanos por la tierra que es de todos, por que yo se las obsequie.
Los sacrificios en un principio eran para establecer un orden, un equilibrio en lo que le fue dado al hombre y lo que el debía recuperarle a la tierra y a la naturaleza. Pero en estos tiempos de guerras los sacrificios ya no bastan, el hombre ya no le devuelve a la tierra lo mejor de si. Se esta creando un vacío y temo que ningún Chac-Mool será suficiente.
-Ves, señor mío, como no soy inoportuno?, es ahora cuando mi regalo te traerá lo que estas buscando en la inmensidad del cielo estrellado.
-Explícate, Tlacuache
-Pues tengo que comenzar por el principio para que puedas ver todos los matices de mi regalo. Andaba yo por Oaxaca cuidando a algunos de mis hijos, atravesando la sierra decidí ocultarme entre las copas de los árboles para tomar sombra y dormir un poco, cuando vi a un joven zapoteca de rodillas junto al río, tomando agua. Como bien sabes también por allá están en guerra. El joven muchacho venia muy mal herido, he intentaba lavar sus heridas con agua dulce y la palma de su mano. Cuando descendí de la rama para verle de cerca vi que sus heridas eran muy profundas e inevitablemente se desangraba. En ese momento me hice presente, me materialice para que pudiera verme aunque sospeché que ya estaba entrando en delirio.
Cuando notó mi presencia sintió algo de miedo.
-No temas, no he venido ha hacerte ningún mal.
-Quien eres tú dulce señor que desciendes del cielo?
-Soy el dios Tlacuache, permíteme aliviar un poco tu dolor antes de que partas.
-No te apures por mi, mi gentil señor, realmente hace rato que ya nada me duele, tan solo tengo sed, mucha sed. Respirar es lo que me cuesta demasiado.
-Dime, por que el hombre esta en guerra? Por que se causan daño los unos a los otros?
-Nos educaron guerreros, somos protectores de nuestra región, de nuestras mujeres, cosechas y niños, amamos a nuestros hermanos hasta que ellos llegan de otra región a atacarnos. El hombre no es malo, solo esta un poco perdido y necesita guía, no odio a mi enemigo.
-Estas muriendo por que una flecha de lanza te abrió heridas profundas, se te escapa por ellas la vida y aun así dices que no odias a tu enemigo?
-No, mi señor, el hombre es mi hermano igual que lo son las bestias que habitan la tierra, el hombre es bueno como lo es el monte, el viento, el agua del río. En cuanto muera, me uniré a las estrellas y desde ahí seguiré cuidando a mi gente y las cosechas.
-Cuando el joven guerrero murió lavé su cuerpo con el agua que corría junto a nosotros, lo tendí sobre la hierba crecida, y lamí sus ojos para que pudiera dormir. Te he traído su corazón, su corazón que aun palpita con ese amor que nos une a todos, en la guerra o en la paz. Este, padre mío, es mi regalo para ti.
-Me has traído una piedra preciosa, Tlacuache. En una noche oscura que parecía que no iba a dejarme nada. Ahora me despido, pues casi amanece y mi pie no debe tocarlo la luz del sol. Se bueno.
Acaricio tiernamente la cabeza del Tlacuache y poniéndose sobre su pie se retiro en la misma forma en la que había llegado, una nube espesa plateada que fue descendiendo del Templo Mayor hasta desaparecer en una ola de chapulines por el Este.
Hoy en día, si miras el cielo en las noches despejadas y tranquilas, puedes ver una estrella que brilla un poco más que las demás. Es el corazón del joven zapoteca que Tezcatlipoca prendió en la negrura del cielo.
15 Abril, 2010
Lilymeth Mena.
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