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Ofrenda para mis muertos...

Mi madre al igual que el indio Tizoc (según la película y el personaje), proviene de una ultima familia zapoteca de sangre real del estado de Oaxaca, su hermano mayor mi tío Juan solía contarme sobre nuestros antepasados de sangre pura, príncipes de bronce, siglos después de la llegada de los españoles somos mestizos casi todos, tenemos ipods y usamos mezclilla, aun así habemos quienes no abrazamos la iglesia católica que aplastó los cráneos de nuestros antepasados prehispánicos y mantenemos con vida algunas tradiciones que nos identifican. Desde uno o dos meses antes comienzo a comprar las cosas de mi lista para irlas borrando conforme voy comprándolas, que no me gane el tiempo ni la crisis actual, un día son cuatro veladoras grandes con vaso de cristal, después de tantos años se que estas son las que mas duran y que difícilmente puede apagarlas el viento, otro día es la canela, el azúcar para preparar los duraznos o las guayabas en almíbar, otro día voy al mercado de la merced a comprar dulces tradicionales que son magníficos tanto en aroma como en vista y sabor, papel china de colores, mole Oaxaqueño, cigarros, tengo que terminar de surtir mi lista unos días antes para estar tranquila y preparar todo a tiempo.

Es la mañana del dos de Noviembre.
Es hora de comenzar mi ritual anual, sobre la mesa pongo el mantel de colores que mi madre tejió con agujas hace mas de veintiocho años, en el borde y por toda la orilla de la mesa acomodo con suavidad flores de cempasúchil a las que les he cortado el tallo, únicamente conservo la flor, su color amarillo brillante y su aroma tan escandalosos me alegran la mirada y el alma, coloco un pequeño altar que cubro con papel de colores y flores, el enorme pan de muerto es el personaje central, le gusta acaparar miradas y ser el centro de atención con sus bien torneados huesos que invitan a darles una mordida en cuanto se descuide, muy de mañana he preparado el mole, lo sirvo en un plato grande con arroz a la jardinera, pollo deshebrado, queso y crema, otro plato esta lleno de fruta, mandarinas, guayabas, manzanas, a una de ellas le quito la piel y la rebano en rodajas, les paso un poco de jugo de limón por encima para que no se oxiden y estén buenas para ser comidas durante el día, en una canasta pongo los dulces mexicanos, mueganos, jamoncillo, marinas, cocadas, palanquetas, garapiñados. Tortillas calientes envueltas en un paño para que tengan cuerpo al ser comidas, el cenicero, los cigarros y el encendedor están a la mano, le quito su domo plástico al pan y corto un par de rebanadas enormes, junto a el un vaso de leche y uno de agua, en un rincón de la mesa un diminuto plato con sal.
Es casi medio día, en una bolsa de plástico he guardado pétalos de flor de cempasúchil los tomo con mis dedos y los riego en el suelo para marcar el camino desde el corredor que da a mi departamento hasta mi mesa dispuesta y lista para recibir a mi padre, hoy es día de muertos, para mi es un día de fiesta, mi padre viene a comer lo que le he preparado desde el mas allá, con los pétalos en el suelo le doy la bienvenida a mi casa, la puerta esta abierta y la mesa lista, en el pequeño incensario negro coloco los trozos de carbón para encender el copal y llenar con el aroma del incienso mi casa, es un olor tan dulce que cualquier muerto podría olerlo por eso se dice que hay que encenderlo para que los que son esperados se sientan bienvenidos.
El papel picado que es tan alegre pone el aire de fiesta por todas partes, las flores, la comida, las calaveras de dulce con sus ojitos de lentejuelas que brillan en semejanza de los nuestros.
El mexicano no teme a la muerte, danza y festeja con ella.
Sobre el pequeño altar la fotografía de mi padre que hace diecinueve años murió, una calavera de azúcar grande casi de tamaño natural con su nombre, Rogelio, en un papel metálico pegado sobre su frente rodeado por flores de colores que adornan el cráneo con ternura. En una esquina de la mesa algunos cráneos diminutos de azúcar con el nombre de mis queridas mascotas fallecidas, Toribio el loro de mi hermano que murió de veinte años, mi hermano me ruega cada año que no me olvide de ponerle su calaverita, mi perra la Muñeca, mi Oliver, Evo.
Todo esta listo, enciendo un cigarrillo extra largo, mentolado y al darle esa primera y única bocanada digo en voz baja “Bienvenido Papá”.
02 Noviembre, 2009
Lilymeth Mena.

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