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Marejada...

Descalzo camino por la orilla. Me da un placer inocente sentir los granos de arena meterse en medio de los dedos, no me incomoda, al contrario; la pequeña irritación en la planta de los pies me indica que aun, a pesar de todo, a pesar de todos, sigo vivo. Ahora después que ha pasado la tormenta, siento los buenos rayos del sol sobre la espalda desnuda, un sol que igual me calienta que me quema. Es un alivio, un doloroso alivio.

Yo se, por mas a gusto que me encuentre ahora, que tarde o temprano habrá de suceder. Tendré que enfrentarme a el de nuevo, como si el último revolcón que me dio no hubiese sido suficiente. Todavía tengo las rodillas raspadas, una costilla maltratada y la nariz rota. Pero yo se que la carne y los huesos no son tan importantes, el hombre no es solo sangre y mocos.
Jamás a nadie le he dicho nada, siempre me he hecho el hombre valiente, el todo sapiente, el que todo lo puede, el que es capaz de prodigar cuidados y protección a todos los demás, menos a si mismo. Hoy, quiero contarte, si me permites y juras no burlarte de mi, que le tengo miedo. Si, le tengo pavor. A poco tu no?
No es la primera vez que me sacude o que me atrapa en su furia y me arrastra, yo se que me desea, me quiere para si. No se por que.
La primera vez, hace muchos años cuando yo era joven y el ya era viejo; me gustó mirarlo de frente, desafiarlo, dejarle bien claro que no le tenia miedo. Me quite los tenis y los calcetines, me desnude completo y corrí hacia el. Cerré los ojos y me hundí hasta lo mas profundo. Luego no supe de mi hasta que una lancha me rescató allá muy adentro. Me di cuenta de que no había persona mas estupida que yo. Enfrentármele así como así, nomás por que me dio la gana. Escuincle idiota ¡
Ya luego cuando me repuse. No pude volver a verlo con los mismos ojos, el seguía siendo el mismo, yo…no.
Cuando llegué a la adultez y cimenté los pies en suelo firme, entendí muchas cosas, comprendí lo efímero de la existencia, de los anhelos, de las pasiones, de los sueños. No fue sino hasta que lo miré de nuevo, cuando supe lo pequeño que era yo.
Ahora la cosa era distinta, ya sabia de lo que éramos capaces cada uno. Me contentaba con desnudarme y bailar frente a el sin dejarlo que me tocara. El se estiraba sobre la arena, tanto, que su espuma estuvo a punto de rozarme algunas veces, pero no lo logró. Yo en tierra soy más rápido.
Cuando tuve un hijo y creció lo suficiente como para entenderme, le dije que con el no se juega, que se tiene que ser muy cuidadoso, “Tienes que tenerle algo de miedo, algo de respeto”.
Pero como cada generación va un paso delante de la anterior, mi hijo es un cabronazo. Apenas tiene diecisiete años y juega con el. Camina hacia su encuentro y cuando lo ve venir, corre de regreso, y así se la puede pasar horas enteras, yendo y viniendo sobre la playa sin dejarse llegar. Algunas veces cuando una ola ya debilitada por la arena llega a mojarle los talones, mi niño no se asusta, se vuelve loco de gusto y se ríe a carcajadas.
Mi hijo no será como su padre, el no le tiene miedo al mar.
15 Abril, 2010
Lilymeth Mena.
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