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Olor a viejo...

Es el simpático señor que vigila la entrada quien me recibe y dice –Bienvenida buenas noches. Mientras intenta cubrir su abultado abdomen jalando ambos lados de su chaqueta desgastada –Hasta mañana. Le respondo intentando llegar lo mas pronto a mi departamento, una lloviznita ligera pero constante cae sobre mi cabello y mi abrigo, todo esta mojado no hay gente en la calle ni en el patio, apenas una vecina paseando a un gran perro que la hace correr al tirar de la corea mas fuerte que ella, quiero subir las escaleras rápidamente pero estoy cansada y vivo en el tercer piso, ya no tengo veinte años, una pareja sentada en el descanso se besa mientras sus piernas hechas nudo están estiradas sobre el suelo, el chico se encoge (según el) mientras intento pasar casi sobre ellos intentando no pisarlos con mi bolsa en alto en un acto de malabarismo y equilibrio. Al final de esta subida de escalones que en ocasiones me resulta tan pesada siempre me encuentro con Mikey el pequeño perrito french de una vecina que es un histérico de primera, ladra por todo y a todos, a veces quisiera terminar con su sufrimiento pero no tengo corazón para atentar contra la vida de una indefensa criatura ( eso es lo que me repito en voz baja cinco veces antes de llegar a mi pasillo por eso sigue vivo). Me resguardo de la llovizna bajo el techo que cubre el umbral del departamento meto la mano a mi bolsa y busco sin mirar, Dios ¡ detesto usar bolsa para parecer una mujer normal, siempre termino por llenarla de cosas que no requiero y que cuando las necesito con urgencia nunca puedo encontrar, veamos, haciendo un rápido inventario del contenido de mi bolsa. Polvo compacto, dulces, un espejo, lápiz y brillo para labios, envolturas de dulces, boletos de metro, llaves, pañuelos desechables, gotas para mi nariz, libreta, pluma, encendedor (aunque no fumo), mi hermano Marco dice que una persona simple debe llevar consigo luz, fuego y algo con filo, así que el en su chaqueta siempre trae consigo un diminuto kit que se hizo con una pequeña lámpara y un encendedor de titanio, en el cinto y por su trabajo siempre lleva dentro de su funda de cuero una navaja Suiz Army multiusos. No se si esta fijación suya es desde que vio la película de “El naufrago” o si viene desde la infancia por ver series como “La familia Robinson”. Por fin mi mano encuentra el llavero entre todas las cosas que le hacen compañía dentro de mi bolso, intento torpemente introducir la llave, soy casi tan ciega como un topo así que tengo que hacer varios intentos antes de poder entrar a casa, es mi perrito quien me recibe, el pobre no ha comido ni bebido nada así que después de saludarme y hacerme fiestas por algunos minutos se va a comer con desesperación y a tomar agua, el pobre animalito tiene esa pésima costumbre que me parte el corazón, no prueba bocado ni bebe absolutamente nada si yo no estoy en casa. Cuando nos íbamos de vacaciones por diez días tenía que dejarlo en una pensión con su veterinario de toda la vida por que las veces que lo deje encargado con mi madre o alguna amistad siempre lo encontraba desmejorado o enfermo a mi regreso. Vengo molida así que solo atino a dejar las llaves sobre mi escritorio, el abrigo mojado sobre la silla junto con mi bolsa cargada de cosas inútiles, me siento en mi sofá, mi viejo sofá, me quito las botas y las coloco a un lado, mi perrito se acerca se me queda mirando como si preguntara –Como te fue? Que hiciste hoy? Te extrañe mucho…

Soy alérgica a algunos tipos de animales entre ellos los perros asi que mi mascota no ha tenido una vida fácil, lo baño constantemente pues su sudor y su pelo me hacen daño, lo cepillo y le pongo un talco especial, rara vez lo acaricio usualmente solo le permito ciertas demostraciones de afecto como lamerme un codo para saludarme en las mañana al despertar, así que cuando llego a cargarlo o acariciarlo el pobre se muere de contento. Hoy no, hoy solo le acaricio la barriga con mis pies enfundados en calcetas afelpadas mientras se revuelca y hace movimientos parecidos a las hélices de un helicóptero con la barriga hacia arriba. En pocos días las vacaciones de verano habrán terminado y los niños volverán a la escuela, yo no, es increíble que ya sea Agosto este año se me ha ido como agua, mi madre siempre me decía –Después de los veinte la vida se te va en un suspiro. Creo que hace muy poco entendí en toda su magnitud esas palabras. Los veinte se fueron hace mucho o al menos así se siente, y el suspiro…no se, creo que depende que tan enamorado este uno de la vida para saber que tan prolongado será tu suspiro, los enamorados suspiran mas despacio pero mas largo, los que solo son impetuosos suspiran profundo pero corto. Que tipo de persona seré? De las enamoradas o de las impetuosas?
Me encuentro en los treintas pensando que todavía existen algunas cosas que parecieran ficción, aun tengo fe, quiero creer que mas allá del hombre, mas allá de todo incluso de mi existen fuerzas que nadie puede detener y de las que nadie debiera pedir explicación, me niego a pensar que todo tiene que tener un por que, no quiero aceptar que cosas como el amor, son solo cuentos de locos para mantenernos ocupados. Mi cabello aun esta húmedo, fui a la “Farmacia Paris” del centro por unos medicamentos para mi madre, no se si entiendas pero al entrar a esa farmacia sufro regresiones a mis cinco años, todo sigue igual, es mas huele igual...a viejo, no dudaría que el encargado de la puerta de salida sea el mismo de los últimos veinticinco años, que las cajas de “vitacilina” en una vitrina sean las mismas de 1980 cuando nació mi hermanita y mi mamà me llevaba a la farmacia a comprar pañales y talco. Habrá sido la visita a mi pasado quien me hizo la misma pregunta esta noche de manera silenciosa con imágenes del pasado, esos mostradores de madera viejísimos, las orugas rechinando trayendo y devolviendo medicina, los juguetes empolvados colgados del techo, y esa voz susurrándome suavemente al oído –Tu eres de las enamoradas? O de las impetuosas?
19 Agosto, 2009
Lilymeth Mena.

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