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El viscoso amoroso...

Con sus grandes ojos vidriosos se asoma para mirar las aguas cristalinas sobre las cuales navega la hoja verde en la que va bien afianzado con su par de patas delanteras, sus dedos ventosos le permiten empinarse y casi hundir su cara en la espuma de la corriente que lo arrastra, al mirar tan claramente las piedras lisas y redondeadas que habitan en el fondo del río, las raíces delgadas de las plantas acuáticas y las ondas que forman los nudos de agua en lo mas hondo se siente contento, siempre ha sido una criatura sencilla capaz de ser feliz con tan poco, una criatura que se la vive sintiendo cierta melancolía en lo mas profundo de su alma y que siempre ha sabido ser agradecido tan solo por ser, por estar.

Cuando la corriente arrecia y su hoja se vuelca luego de chocar suavemente contra una roca el se deja caer panza abajo y comienza a nadar, de vez en cuando deja escapar pequeñísimas burbujas que brotan desde sus pulmones controlando su respiración el agua es tibia a esta hora de la tarde, su piel se siente babosa y resbaladiza como a el le gusta, llegando al pie de un viejo roble de brazos extendidos y mirada larga el sale del agua buscando su refugio, un tipo de cueva profunda formada por ramas húmedas y oscuras, este es su lugar feliz, su remanso de paz, su lugar seguro, secreto.
Lentamente conforme los pies de la tarde han ido dando pasos la luz del día va cambiando de intensidad, la luminosidad de afuera se va tornando de colores hasta que la noche cae y los grillos cantan.
Se llama Fredo, es un pequeño sapo verde de grandes ojos color avellana, su piel viscosa brilla bajo los rayos de luz de una manera única y graciosa cuando se pasea desnudo por su casa, sus rechonchos deditos pueden pegarse casi a cualquier superficie pero el prefiere moverlos con gracia en el aire cuando habla o cuenta alguna historia, en el cajón superior derecho de su escritorio guarda una pipa que en otra época fuera de su abuelo a la que le dedica bocanadas profundas en sus ratos de meditación “no hay como el aroma del tabaco virgen y mentolado cuando necesita uno aclarar el pensamiento” se dice para sus adentros, una vez caída la noche toma algún libro de su estudio y se dedica a devorar palabras, es un ávido lector desde que su abuela (quien lo crío) le enseño a leer, en su bata tiene bordada una pequeña corona dorada símbolo del imperio y su nombre resaltado en letras color bermellón intenso Fredo de Alarcón hace tiempo que su titulo nobiliario dejo de tener importancia para el, cualquiera puede ser marqués se dice a si mismo solo es cuestión de nacer en el lugar correcto en el momento preciso. Tiene 30 años sus padres murieron de una manera trágica cuando el era apenas un pequeño renacuajo en un charco transparente, fue su abuela, doña Ema viuda de Alarcón quien se encargo de su crianza, doña Ema como buena abuela derramo en el pequeño Fredo todo su cariño y necesidades afectivas intentando de paso formar un hombre de bien, con los sentidos bien definidos, nada machista, misógino, homo fóbico, fatuo o lúdico comunista, siendo doña Ema de la escuela antigua le enseño de buenos modales, el arte del ser un caballero digno y de la seducción discreta, callada, que no siempre le resulto satisfactoria, pues a su edad no había tenido suerte alguna en el amor.
Lo interesante de esta historia no es como nuestro pequeño Fredo creció y se hizo hombre, sino como hoy en día se niega a serlo.
Todos sabemos que a los sapos de la realeza algún día les llegara su gran día en el que una hermosa princesa de sangre azul o en el peor de los casos la mas bella de las plebeyas con un corazón de oro lo levantará del suelo fangoso entre sus manitas y al darle un beso inocente apenas rozando sus labios con los suyos hará que el apuesto noble degradado a sapo se transforme en el ser reluciente y magnánimo que siempre estuvo destinado a ser através del incontenible poder del amor verdadero.
Desgraciadamente a Fredo poco le importa ya el amor, durante los años pasados dedico todo su esfuerzo a cultivarse y hacerse un sapo real digno de ser besado y transformado, lo malo fue que las princesas cuando eran muy bonitas eran de lo mas torpes, sin agilidad mental o insípidas, nomás insípidas, sin brillo ni gracia, sin esa chispa que Fredo esperaría ver en los ojos de la mujer destinada a ser la señora de su corazón, también hubo algunas lindas plebeyas que obstinadas en subir de nivel socioeconómico buscaron sin cesar besar los labios de nuestro viscoso muchacho, pero Fredo les huía, adivinaba en ellas cierta ansiedad que lo sacudía y lo ponía de un humor desesperado, estas lindas campesinas eran inocentes en el aspecto mas básico de la palabra, en el mas primitivo sentido de la inocencia, pero su candidez se tornaba un poco siniestra cuando miraban la coronita de oro y piedras preciosas sobre la cabeza resbalosa del buen Fredo, parecía que bajo el reluciente brillo de la opulencia toda inocencia se veía perdida.
El pobre Fredo se siente solo, tiene presente esa soledad que todos en algún momento sentimos sin saber bien por que y sin saber como dejar de sentirla, esa soledad que te cala hasta los huesos y te hace estremecer como el mas feroz de los fríos de invierno, hace unos años que se mentalizo, se ha conciliado para si con la clara idea de quedarse solo para siempre, así que ha aprendido a estar consigo mismo mas que con cualquiera, su parte mas guardada aprendió a no esperar ni pedir nada, así, cuando recibe o descubre bondad es una verdadera sorpresa y se siente maravillado, agradecido.
Cuando le llega alguna invitación a un baile de salón, se viste con toda gala, es un sapo que no se niega algún lujo cuando este es posible, suele atraer las miradas de los ojitos brillantes y curiosos de las chicas casaderas que esperan alguna señal para acercarse a el, buscar un momento propicio en un rincón oscuro del jardín a solas, para tal vez…plantarle un beso, pero Fredo ya no busca rincones oscuros ni besos cargados de intensiones mas no de intensidades, prefiere quedarse dentro del salón disfrutando de una buena charla cargada de política mundial, ecología y la crisis económica.
Esta noche tiene una invitación muy especial a una cena baile en el palacio con motivo de la celebración de la noche vieja y el nacimiento del año nuevo, ha mandado llevar a la tintorería su smoking mas elegante ese que su abuela le mandara hacer con el mejor sastre de toda la comarca, en el bolsillo superior lleva impecablemente doblado un pañuelo de seda blanco, guantes, sombrero, monóculo, zapatos lustrosos y polainas blancas, dos habanos cubanos en el bolsillo interno y perfumándole el cuello agua de baño de una de las mas finas casas de Francia, el banquete es sin duda alguna una replica tallada de un festejo de hace dos siglos que pareciera que se repite y se repite sin ningún cambio año tras año, las mismas personas, los mismos vestidos brillantes en las damas de peinados levantados y los mismos olores viejos de todos los años.
La música encadenada a los instrumentos musicales que con acordes pesados la entonaban sin parar obligaba a los mas alegres y desinhibidos invitados a bailar de un modo un tanto soso y fatuo mientras Fredo con sus grandes ojos brillantes pensaba en aquellos lirios que cerca de su hogar se mecían al vaivén de la corriente del río sin necesidad de mas tonada que la voz del viento pasando entre las ramas de aquel roble llorón “eso es gracia” pensaba para si mismo en silencio. Después de vivir cinco años en soledad luego que su abuela doña Ema muriera, se había convertido en un ser un tanto triste, a veces mientras sus amigos charlaban animosamente Fredo solía perderse en el silencio, mirando la nada que esta detrás de todas las cosas, ese horizonte personal que se mira a lo lejos sin que nadie mas que uno mismo pueda verlo.
Luego del baile Fredo se dirigió a casa con esa sensación de tener un nudo en la garganta, como si tuviera un suspiro atorado que estuvo a punto de salir pero que a medio camino se regreso y se quedo ahí estancado sin poder salir o volver al pecho donde había nacido.
Su chofer lo dejo a unos pasos de la entrada, Fredo quiso caminar un poco por los alrededores, la noche era clara como pocas, los luceros brillaban en lo alto y la luna casi llena iluminaba de una manera asombrosa las copas de los árboles y la superficie del río que no se estaba quieta ni un momento parecía la cabellera despeinada de una dama inquieta, mientras nuestro pegajoso muchacho daba un paseo por ahí con su espíritu pensativo las gardenias y las orquídeas soltaban su fragancia que de noche parece mas intensa y dulce, los zapatos brillantes de Fredo hacían crujir algunas ramas secas y delgadas que se postraban a sus pies como humildes campesinas ante su rey, a un lado del viejo roble de brazos extendidos había una roca brillante, Fredo se sentó en ella con la mirada cristalina clavada en la inmensidad del bosque, la corriente del río cantaba con voz suave casi susurrante mientras los grillos hablaban entre si, uno decía algo por aquí y el otro le contestaba por allá, las piedrecillas mas pequeñas recibían los rayitos de luna reflejándolos a su vez por todo el paisaje convirtiéndola en una luz difusa y entera que lo cubría todo.
Cuando Fredo se sintió listo para entrar a casa escucho un ruido entre las flores altas que cubrían la hierba verde “quien anda ahí?” pregunto levantando un poco el cuello para intentar ver alguna silueta, como no obtuvo respuesta se adentro en la espesura de tallos y hojas abriéndose paso con sus manos enguantadas aun, cual no seria su sorpresa al encontrase de frente con un par de ojos tan grandes como los suyos, brillantes como el lucero mas nuevo de la noche y una piel verde lima viscosa y luminiscente.
Por primera vez en toda su vida la vida misma lo había sorprendido.
La dama en cuestión no era ni princesa ni plebeya y sin embargo guardaba en el brillo de sus ojos mas belleza y bondad del que Fredo había probado en los labios de todas las atrevidas que lo habían besado, no había en el mundo piel mas agradable, manos con dedos mas graciosos y patas con ancas mas ágiles y bellas, ella no necesitaba maquillaje y afeites para lucir como la piedra de ópalo mas hermosa de cualquier corona, los rayos de luz sobre su piel rebotaban a las pupilas de Fredo como tornasolados, nunca eran los mismos, ella misma nunca era la misma, siempre nueva, siempre fresca.
Y una vez mas aquella alma solitaria de un sapo soñador se abría después de haber sido flor en botón por tantos años, ella no quería convertirlo en el príncipe que el nunca quiso ser ni adornar su cabeza con coronas refulgentes, ella solo quería al sapo que la había enamorado, el quería mirarse siempre en esos ojos color avellana, todos los demás cuentos habían sido mentira, este era el poder del amor verdadero, el amor de un sapo cansado de besar princesas.


Con cariño infinito para mi hija Samantha.

26 Diciembre, 2009
Lilymeth Mena.

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