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La caja de los milagros...

Alguna vez viste la película de “Nosotros los pobres”? bueno hay una escena donde “el Torito” ósea el hijito de Pepe “el Toro” y la “Chorreada” que es un bebo de menos de dos años de edad esta sentadito en el suelo con su overol de mezclilla y camisita blanca de manga corta jugando con una cajita de carpintero, una pequeña caja de madera con clavos, tornillos, brochas, un diminuto martillito y un cerrote. Cuando muchos vemos esa escena seguro pensamos “que jodidos están estos y como es posible que un pobre nene se divierta jugando con sendas herramientas propias de gente grande”.

Como ya he mencionado seguramente demasiadas veces mi padre era ingeniero en electrónica especialista en audio, dibujaba diagramas de los cuales luego hacia el aparato, las bocinas, en fin, en casa solía haber siempre material, herramientas, crecí acostumbrada a ver en la mesa del comedor, lets, bulbos (si todavía me tocó ver bulbos), cosas como condensadores, tarjetas, resistencias, el cautín, multímetro, pasta y soldadura. Normalmente si mi padre estaba ocupado no se debían tocar sus zonas de trabajo, mucho menos su material, eran cosa santa y prohibida. Pero pues quien demonios se va a aguantar la pinche tentación? A ver dígame usted.
El padre de mi padre era relojero, tenia una gran relojería en el antiguo barrio de “Peralvillo” así que mi padre comenzó destazando relojes finos y mirando mecanismos encuerados en marcha, mis hermanitos no pudieron resistirse y pues en cuanto tuvieron edad de comprender el funcionamiento casi cavernícola de los desarmadores, empezaron a abrir todo, sus relojes, la licuadora, los walkie talkies, los tubos eléctricos para el cabello de mi madre, las calculadoras de la escuela, un radio.
Yo, como era nena pues nunca tuve esa curiosidad de mirarle las tripas a cada cosa que se pudiera encender y apagar, pero si me gustaban mucho las herramientas, las partes, las tarjetas, los diagramas que mi padre dibujaba en papel albanene y que luego me dejaba llenar de colores cuando los modificaba y desechaba.
Debajo del sillón largo de la sala había una caja de madera de herramientas, en la que mi padre guardaba todo tipo de cosas pequeñas, así sueltas (era medio desordenado con esa caja) clavos, tornillos, tachuelas, rondanas, tuercas, remaches, armellas, abrazaderas y hasta lo que uno menos se podía imaginar, mi padre solía llamarla “la caja de los milagros” por que precisamente de manera milagrosa se podía encontrar en ella esa pieza que en ningún lado se había conseguido.
A veces cuando mi padre estaba trabajando y yo miraba esa caja ahí en el suelo con la boca abierta, casi llamándome (la muy ladina), me le acercaba a mi padre lentamente así como no queriendo, con las manitas agarradas detrás de mi, imagínate yo con mi vestidito bordado con dos crinolinas debajo (maldita manía de mi madre ponernos crinolinas), mis calcetitas con encajes, mis dos coletas, y mi cara de mustia (segurito). Papá moviendo sus piernas concentrado en lo que estaba sobre su escritorio, el humo de su cigarro mentolado subiendo para ser soplado por el ventilador de la esquina, derepente advertía mi presencia –Que paso mi vida? Que quieres?
Ahí entraba ya mi suspicacia femenina la intuición de que si actúa uno de cierta manera difícilmente te dirán que no, el sexto sentido que desde pequeña te va conduciendo en tu manera de pedir, exigir, desear.
-Puedo jugar con “la caja de los milagros”? Le preguntaba con una vocecita casi inaudible, mientras mis ojitos los obligaba a pestañear un poco mas aprisa. –Si pero no te ensucies y solo un ratito.
La verdad es que ese ratito se extendía por horas, y yo ahí enfrascada me la podía haber pasado toda la vida, nunca me aburría es mas casi lloraba cuando me decían que teníamos que recoger el tiradero, yo era feliz ahí sobre mi vestido con las piernas cruzadas enroscando tuercas en los tornillos con rondanas intermediarias, pensando que los remaches eran pequeñas espaditas de príncipes invisibles del tamaño de “Pulgarcito”.
Con los ángulos metálicos me formaba casitas extrañas tipo postmodernistas con esquinas triángulos y círculos en la barriga. Así que si, seguramente “el Torito” se la pasaba bien chido jugando con su cajita de carpintero, no tengo la menor duda, y no es por que estuvieran jodidos (que si lo estaban) era usar la imaginación.
En un ejercicio personal me gustaría que aplicaras esta tonta historia de mi aburridísima infancia y recuerdes a ti que te divertía? Eso que para otros era de lo mas aburrido, soso y sin chiste pero que para ti era un mundo nuevo con un sin fin de posibilidades. Te aseguro que si transportamos la idea a tu vida actual también tienes alguna distracción parecida, incluso somos coleccionistas y es una manera de seguir jugando, de seguir usando la imaginación, de no dejar de ser niños del todo. Hay quienes compran zapatos, ropa, figuras de acción (aunque usted no lo crea), aviones a escala, novelas, películas, utensilios de cocina, toallas, muñecos de peluche o algo tan tonto como canciones que nos daría vergüenza que los demás sepan que escuchamos y que hasta la bailamos cuando nos encontramos solos.
La capacidad bella de seguir jugando muy a nuestro modo, a como podemos, por que en la vida no todo es trabajar, comer, dormir, tener sexo, la vida también es juego, curiosidad, inquietud.
Es regresar a la inocencia por periodos tan cortos como un relámpago pero que alimentan el espíritu, que nos regalan una sonrisa, que nos roban un suspiro. Y como niños, no dejar de jugar con todo lo que vemos y que no sabemos para que demonios es, tu dices…jugamos?
06 Octumbre, 2009
Lilymeth Mena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me recordaste mi infancia. Mi abuelo era guarnicionero y también había cajas como la de tu padre y siempre me pedían que no tocara y que dejara las cosas en su sitio.
Yo bajaba al sótano a abrir cajas de zapatos, de carteras, de cinturones, de maletas... Era mi caja de los milagros, porque perdía el sentido de la existencia y me evadía al infinito. Gracias por recordármelo,