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Tlacuache de seis kilos...

Hace mucho que estoy recostada en mi cama de espaldas casi sin moverme, ya no recuerdo bien como sucedió pero fue una enfermedad de esas silenciosas, de las que llegan a hurtadillas para entrar de puntas a tu cuerpo casi sin hacer ruido, cuando me di cuenta de su presencia ya no hubo como desalojarla, ya tenia puestos los muebles donde ella había dispuesto, tenia incluso una mesa pequeña con una carpeta bordada y un florero lleno de margaritas amarillas, podría apostarte que la muy cabrona tenia instalado cable para ver películas de estreno y línea telefónica para charlar con sus amigas, ah Internet…eso nunca debe de faltar en un hogar, mucho menos cuando se vive solo, ella al principio vivía sola, claro, como toda señorita decente (como si ser decente fuera una virtud) ya luego conforme avanzo la canalla invasión y se sintió como en casa fue invitando amigas a quedarse. Las huéspedes que eran todas muy modosas e igualmente calladitas que su amiga se quedaban a veces por días, luego se iban dejando todo como si nada, creo que en lugar de dejar pertenencias personales o algo que indicara que habían estado ahí muy contrariamente solían cargar con todo, incluso se llevaban las sandalias y la bata para baño (que eran prestadas) junto con alguno que otro souvenir, total…quien va a notar que hace falta un cenicero?

Poco a poco me fui debilitando por que mi inquilina se fue volviendo muy descarada y cínica, ya no le importaba hacer ruido, los fines de semana armaba tremendas fiestas que terminaban por causar daños a las instalaciones, los baños, la alberca recién clorada, la sala nueva y las habitaciones, todo quedaba hecho un desastre, botellas vacías y copas rotas por todos lados, uno que otro condón usado en el suelo detrás de algún jarrón o de algún mueble. A mi desde luego que su actitud no me escandalizaba, yo se que la gente joven debe divertirse e incluso descarriarse en algún momento, creo que solo me preocupaba que se fuera por mal camino y terminara cayendo en algún vicio o exceso.
Un día cuando pensé que comenzábamos a llevarnos medianamente bien me encontré con que había puesto herrería y cortinas oscuras en todas las ventanas, había hecho cambiar la cerradura y clausurar la chimenea, no contestaba mis llamadas telefónicas y no respondía a mis telegramas, comprendí que tendría que tomar medidas extremas, si quería guerra, guerra le iba a dar.
Cada una de nosotras se armó lo mejor que pudo, hemos batallado un buen rato, hemos tenido perdidas de ambos lados y nuestros refuerzos han ido mermando, ya no tenemos comida, agua.
Hoy no se con seguridad después de cuanto tiempo he decidido darme por vencida, he perdido en esta batalla mas cosas de las que nunca pensé siquiera que tenia, ya no tengo ganas de seguir cargando municiones en el bolsillo todo el tiempo, de desconfiar de todos los que dicen querer ayudarme y de sus curas milagrosas, ya no quiero tener que defenderme, estoy cansada de dormir sobre fango inundado de insectos que taladran mi piel para anidar y acelerar mi retirada, yo se que “patas de hule” no tarda en cargar conmigo me lo ha susurrado al oído esas noches cuando la fiebre alta me consume y ella cree que no estoy consiente.
Quiero que sepas que voy a extrañarte, si es que a donde vaya después se permite extrañar, que mi espíritu, esencia, alma o lo que sea que quede luego de esto, existiría tan solo por el deseo que me sostiene de volverte a ver, que tan solo espero que esa gran bóveda a donde vaya yo a parar cuente con un buen equipo de sonido y pueda escuchar una y otra vez todas las canciones que me regalaste, tus besos, como los tuve todos no podré cargarlos conmigo sino en este halo de luz que poco a poco siento que me envuelve.
Madre ven, siéntate aquí en la cama junto a mi que no te veo…dame la mano para poder dormirme como cuando era niña y no te apartabas de mi lado hasta que conciliaba el sueño, si, acaricia mi cabello y háblame, cuéntame historias de tu niñez, repíteme de nuevo como aquella vez que se quedaron a oscuras tus amiguitos y tu vieron unos ojitos luminosos en la inmensidad del campo, cuéntame como con una piedra le atinaste a esos ojitos cuando venían hacia ti y mi abuela termino preparando un Tlacuache de seis kilos para la cena sin que tus hermanos supieran de que era la carne y decían que estaba delicioso el adobo comiéndolo con ferocidad mientras la abuela y tú se doblaban de risa en la cocina. Dispénsame mamacita si me duermo antes que termines de contarme, no es grosería pero estoy tan cansada que casi no puedo escuchar tu voz, tu voz que me esta arrullando, te voy escuchando cada vez mas lejos, quiero saber que paso con el Tlacuache pero tengo tanto sueño…
16 Diciembre, 2009
Lilymeth Mena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estupendo relato, mi favorito; lo usé en mi clase de Introducción a la Literatura Hispanoamericana en Pasadena City College, 2015,

Lily, eres un portento en vías de construcción